En la Unión Europea está en juego el Eje Alemania-Francia, ante la embestida de Italia, el Reino Unido y España.
escribe Jorge Asís
especial para JorgeAsísDigital
Berlin
Ángela Merkel, la consolidada canciller de Alemania, lo apoya frontalmente a Nicolás Sarkozy, para las elecciones presidenciales de Francia, a celebrarse el cercano 22 de abril.
Hasta alguna semana atrás, el socialista Francois Hollande contaba con la certeza absoluta de desalojar a Sarkozy. Lo confirmaban los sondeos, que legitimaban su actitud triunfal. Hollande emerge como el máximo beneficiario de las expansiones sexualmente escandalosas del superior Dominique Strauss Khan, el estadista trunco que, por la generosidad de su bragueta inescrupulosa, supo protagonizar el desperdicio político más extraordinario de la úlima década. Con DSK recluido entre papelones y juzgados, los dinosaurios del socialismo francés, aunque lo menosprecian a Hollande, ya no tienen otra alternativa que reportarse. Y hasta avalar los planteos adolescentes contra la banca insensible, que contienen un infantilismo estremecedor.
En su impulso ganador, Hollande pareció haber subestimado las artimañas sospechosas del rival. De Sarkozy, que se mostraba cotidianamente derrotado, reticente a presentar su candidatura a la reelección. Y que miraba a sus contemporáneos como si se despidiera. Pero a mediados de febrero Sarkozy aceptó previsiblemente el desafío. Con la intención de hacer campaña sólo en marzo, y juntar los votos para ser contados en abril.
Sarkozy estaba tercero. Venía después de la instrumental Marine Le Pen. A la que tanto Hollande, como Sarkozy, prefieren tenerla como rival en la segunda vuelta, el 6 de mayo. Sin embargo bastaron dos semanas para que Sarkozy se pusiera a tiro de empate técnico con Hollande. 29 a 27.
Cabe presumir que, en treinta días, Sarkozy va a ser, irremediablemente, el favorito.
Europa de tres velocidades
La movida sarkozista de Merkel termina con el cuento de la prescindencia falsamente diplomática. Trasciende la simpatía personal que pueda profesar por su par francés. El apoyo supera, incluso, la trivialidad ideológica, categoría que tanto espanta a la izquierda. El sarkozysmo de Merkel tiene que ver con el mantenimiento, con perspectivas de fortalecimiento, del Eje Alemania-Francia. Base de gestación de la Unión Europea. Un espejismo institucional que atraviesa el periodo de las fantásticas convulsiones. Derivaciones de la espeluznante situación económica global, que alcanza grados de patología en los otros estados asociados. Los que impugnan, con la misma frontalidad, la hegemonía franco alemana, que conserva el poder decisorio.
El estado de rebelión virtual lo impulsa Mario Monti. Es el Premier italiano que, tanto a Angela como a Nicolás, les produce una extraña melancolía por los arrebatos de Berlusconi. Il Cavaliere podía tratarla a Merkel de eróticamente impenetrable, pero difícilmente fuera a “sacar los pies del plato”. A los efectos de cuestionar el mismo plato, o sea al Eje.
Al contrario de Berlusconi, y desde su condición subestimada de tecnócrata, de hombre monótono y normal, Monti se atreve a movilizar otro eje antagónico. Acompañado por David Cameron, del Reino Unido, y por Mariano Rajoy, de España. Como si se obstinaran en demostrar que las diferencias no son ideológicas, porque Rajoy, por ejemplo, es tan de derecha como Merkel y Sarkozy. Detrás de los planteos de Monti se concentran los miembros menos potenciados de la Europa de las tres velocidades. Los que suelen presentarse como víctimas inocentes de la crisis estructural, y que sistemáticamente agravaron. Sobre todo a través de la incompetencia de estadistas como Berlusconi, Zapatero, Sócrates y Papandreu. Gestores irresponsables que se endeudaron de más, y le hicieron creer a sus sociedades el cuento de la riqueza.
Hoy sus angustiados sucesores no pueden pagar ni los intereses de las cuentas. Ni tienen, siquiera, voluntad de aferrarse a las penalizaciones. Restricciones presupuestarias que aluden a “La utopía del recorte”. Virtuales lechos de Procusto que se les proponen como soluciones, sin la menor originalidad. Responsabilidad de los dos pesos pesados. Francia y Alemania. O sea Sarkozy, hoy algo disminuido por las calificadoras de riesgo. Y sobre todo la Führer Angela Merkel, que es quien despierta, por la fortaleza del país que conduce, mayores reticencias. Hasta convertirse en el objeto principal de las recriminaciones. Al extremo de tratarla, a la impenetrable Angelita, como otra señora Thatcher. Pero esta Dama de Hierro, de la Alemania siempre inquietante cuando se recompone, se encuentra, aún, demasiado vigente, sin posibilidades de ser representada por Meryl Streep. Y en condiciones políticas de socorrer, incluso, a su aliado, justamente cuando la tiene más difícil y siente que se le diluye el poder. Aunque, en el plano interno, para Sarkozy, el abrazo de Merkel pueda ser exactamente perjudicial. Pero ya es por otros complejos, históricos y culturales, que aún condicionan la relación de los alemanes con los franceses, y con los europeos en general. Los que perciben, a esta Alemania, como la nación más favorecida con la crisis global.