Egipto recupera influencia diplomática a través del conflicto entre Israel y el Hamas.
escribe Osiris Alonso D’Amomio
Internacionales, especial
para JorgeAsísDigital
Internacionales, especial
para JorgeAsísDigital
“Le pire, dans ce dernier épisode d’une guerre qui n’en finit pas, est l’indifférence qu’il suscite”.
Alain Fraichon, Le Monde
Alain Fraichon, Le Monde
Egipto, a través del Presidente-General Abdel Al Sisi, trata de reconquistar la influencia diplomática.
Desde El Cairo se alude, con suerte escasa, a las treguas sucesivas que los contendientes no acatan. Ni Israel, ni el Hamas, aún las toman en serio.
Hamas, Movimiento de Resistencia Islámica, que controla la llamada Franja de Gaza, es una organización considerada “terrorista” por la Unión Europea y Estados Unidos.
Aquí acontece, en realidad, que el Hamas desconfía lícitamente de Al Sisi. Lo tienen conceptuado más como una parte del problema que de la solución.
Es que el General Al Sisi derrocó, con apoyo “moral” de Estados Unidos y de Arabia Saudita, al régimen democrático de Mohamed Morsi. Fue un epílogo transitoriamente detestable de la “primavera” que derrocó, a su vez, a Hosni Moubarak, para ungir después, en elecciones libres, a la Hermandad Musulmana.
Aquel Morsi -hoy encarcelado por Al Sisi- era apoyado sobre todo por Qatar. Un emirato poderoso por la abundancia del petróleo, y sobre todo por la penetración, siempre sospechada, de la cadena Al Jazeera. Potencia mediática que genera resquemores, y contundentes prevenciones de los tiranuelos que prefieren reprimir tranquilos. Sin los riesgos de la trascendencia y la divulgación.
Y no basta con decir: “Al Jazeera miente”.
Hoy Morsi, el derrocado, está preso y por suerte aún sin gran peligro de ser fusilado. Como muchos de los colaboradores de su régimen electo.
Síntomas emblemáticos de la tragedia del arabismo, condenado a padecer al déspota o, en su defecto, una de dos, al fundamentalista. Modernistas excluidos.
Aparte Morsi era el aliado fundamental del Hamas. Durante su presidencia interrumpida (por Al Sisi), Morsi supo habilitar los túneles que posibilitaban los distintos abastecimientos hacia Gaza (armas incluidas). Y también mantuvo abiertos los pasos fronterizos. Sobre todo el de Rafah, hoy clausurado.
Por lo tanto Obama -que carga con el nombre de Barack- emerge como el voluntarista excedido. No alcanza a controlar la situación que lo supera.
Hoy Obama no tiene otra alternativa que equivocarse y enviar a John Kerry, su Secretario de Estado. Para impulsar el “cese de hostilidades” desde Egipto.
Pero hay que entenderlo al pobre Barack. Ya no encuentra otro país en mejores condiciones que Egipto. Las cancillerías más influyentes no tienen el menor interés en involucrarse. Los acuerdos de Oslo yacen en el olvido y no asoman nuevos incendiarios que se atrevan a invertir prestigios en la inutilidad de intermediar.
El último fue el Papa Francisco. Dejémoslo para el final de la crónica.
Desde El Cairo se alude, con suerte escasa, a las treguas sucesivas que los contendientes no acatan. Ni Israel, ni el Hamas, aún las toman en serio.
Hamas, Movimiento de Resistencia Islámica, que controla la llamada Franja de Gaza, es una organización considerada “terrorista” por la Unión Europea y Estados Unidos.
Aquí acontece, en realidad, que el Hamas desconfía lícitamente de Al Sisi. Lo tienen conceptuado más como una parte del problema que de la solución.
Es que el General Al Sisi derrocó, con apoyo “moral” de Estados Unidos y de Arabia Saudita, al régimen democrático de Mohamed Morsi. Fue un epílogo transitoriamente detestable de la “primavera” que derrocó, a su vez, a Hosni Moubarak, para ungir después, en elecciones libres, a la Hermandad Musulmana.
Aquel Morsi -hoy encarcelado por Al Sisi- era apoyado sobre todo por Qatar. Un emirato poderoso por la abundancia del petróleo, y sobre todo por la penetración, siempre sospechada, de la cadena Al Jazeera. Potencia mediática que genera resquemores, y contundentes prevenciones de los tiranuelos que prefieren reprimir tranquilos. Sin los riesgos de la trascendencia y la divulgación.
Y no basta con decir: “Al Jazeera miente”.
Hoy Morsi, el derrocado, está preso y por suerte aún sin gran peligro de ser fusilado. Como muchos de los colaboradores de su régimen electo.
Síntomas emblemáticos de la tragedia del arabismo, condenado a padecer al déspota o, en su defecto, una de dos, al fundamentalista. Modernistas excluidos.
Aparte Morsi era el aliado fundamental del Hamas. Durante su presidencia interrumpida (por Al Sisi), Morsi supo habilitar los túneles que posibilitaban los distintos abastecimientos hacia Gaza (armas incluidas). Y también mantuvo abiertos los pasos fronterizos. Sobre todo el de Rafah, hoy clausurado.
Por lo tanto Obama -que carga con el nombre de Barack- emerge como el voluntarista excedido. No alcanza a controlar la situación que lo supera.
Hoy Obama no tiene otra alternativa que equivocarse y enviar a John Kerry, su Secretario de Estado. Para impulsar el “cese de hostilidades” desde Egipto.
Pero hay que entenderlo al pobre Barack. Ya no encuentra otro país en mejores condiciones que Egipto. Las cancillerías más influyentes no tienen el menor interés en involucrarse. Los acuerdos de Oslo yacen en el olvido y no asoman nuevos incendiarios que se atrevan a invertir prestigios en la inutilidad de intermediar.
El último fue el Papa Francisco. Dejémoslo para el final de la crónica.
Dinámica de venganza
En el climax de la impotencia, Obama le anuncia al astuto Netanyahu sobre el próximo desplazamiento de Kerry hacia El Cairo. Por supuesto que le expresa también la telefónica preocupación por la intensidad que alcanzó la carnicería desplegada por el ejército israelí. A través de la reacción “desproporcionada” del Operativo Margen Protector.
Se trata de la brutal respuesta de Israel, en otra apuesta hacia la impunidad. Contra las constantes provocaciones del Hamas que legitiman -a criterio de Nertanyahu- la virulencia del contra-ataque. Presentado como una contraofensiva inevitable. Certifica la macabra contabilidad de la “desproporción”. Indica que un muerto israelí equivale a veinticinco muertos de palestinos de ocasión.
Son los cohetes provocativos que lanza el Hamas los que precipitan la intromisión terrestre. El Margen Protector que aumenta exponencialmente la siniestra contabilidad.
Se trata de la brutal respuesta de Israel, en otra apuesta hacia la impunidad. Contra las constantes provocaciones del Hamas que legitiman -a criterio de Nertanyahu- la virulencia del contra-ataque. Presentado como una contraofensiva inevitable. Certifica la macabra contabilidad de la “desproporción”. Indica que un muerto israelí equivale a veinticinco muertos de palestinos de ocasión.
Son los cohetes provocativos que lanza el Hamas los que precipitan la intromisión terrestre. El Margen Protector que aumenta exponencialmente la siniestra contabilidad.
Se asiste, en definitiva, a la reiteración de la dinámica de venganza.
La saturación del conflicto entre el ocupante victimario (que progresa ante la admiración del mundo) con el ocupado víctima (sometido al estancamiento).
Y condenado a la brutalidad. A padecer, ante la resignación de los civilizados, un sistema de apartheid. Con muros de vergüenza que ni siquiera espantan a los progresistas más movilizados. Lo justifican.
La dinámica de venganza genera reacciones (siempre “desproporcionadas”), que motivan el apasionamiento de las venganzas próximas. Derivan en la construcción agotada del conflicto interminable, que cansa a la “comunidad internacional”. La que, a esta altura, apenas se indigna.
La saturación del conflicto entre el ocupante victimario (que progresa ante la admiración del mundo) con el ocupado víctima (sometido al estancamiento).
Y condenado a la brutalidad. A padecer, ante la resignación de los civilizados, un sistema de apartheid. Con muros de vergüenza que ni siquiera espantan a los progresistas más movilizados. Lo justifican.
La dinámica de venganza genera reacciones (siempre “desproporcionadas”), que motivan el apasionamiento de las venganzas próximas. Derivan en la construcción agotada del conflicto interminable, que cansa a la “comunidad internacional”. La que, a esta altura, apenas se indigna.
Consta que las “primaveras árabes”, con la sublime tentación de la modernidad, mayoritariamente fracasaron. Realidad que habilita por ejemplo a Marine Le Pen, la política más popular de la declinante Francia actual, sostener que las “primaveras árabes concluyeron en los inviernos salafistas”.
Lo cierto es que se asiste, en la región, a una concatenación innumerable de focos de conflictos (algunos inéditos). Violencias que atenuaron el rigor de la confrontación árabe-israelí, que pasó a transformarse en el diferendo “Palestina-Israel”.
De continuar con la degradación y el descenso del precio, en cualquier momento deberá hablarse de una guerra Hamas-Israel.
Sin embargo, la extraordinaria cantidad de nuevos muertos en Gaza irrumpe, justamente, cuando la centralidad del conflicto Palestina-Israel había perdido importancia. Hasta en la región. Para dejar, incluso, de ser el tema central, excluyente. Para tratarse en adelante como un conflicto más. De los tantos, permanente y casi olvidado, insoluble en el fondo y de baja intensidad, encuadrado apenas en el ámbito local.
Sobre todo si se lo compara con la gravedad de la carnicería que Bashar Al Assad, El Oftalmólogo (cliquear), no tiene reparos de agravar.
O con las desastrosas derivaciones de la intervención norteamericana en Afganistán y en Irak. O en la desestructuración civil de Libia.
Ahora, para colmo, surge el renacimiento del yihadismo. En su peor versión, a través del desprendimiento de Al Qaeda, el EIIS, que pugna por la creación del califato demencial, entre los estados artificiales de Siria e Irak. Un fenómeno patológico impulsado por los radicalizados sunnis que acercan, curiosamente, las posiciones de los viejos enemigos. Como Estados Unidos e Irán (ver “El error de entregar Irak a Irán”).
Lo cierto es que se asiste, en la región, a una concatenación innumerable de focos de conflictos (algunos inéditos). Violencias que atenuaron el rigor de la confrontación árabe-israelí, que pasó a transformarse en el diferendo “Palestina-Israel”.
De continuar con la degradación y el descenso del precio, en cualquier momento deberá hablarse de una guerra Hamas-Israel.
Sin embargo, la extraordinaria cantidad de nuevos muertos en Gaza irrumpe, justamente, cuando la centralidad del conflicto Palestina-Israel había perdido importancia. Hasta en la región. Para dejar, incluso, de ser el tema central, excluyente. Para tratarse en adelante como un conflicto más. De los tantos, permanente y casi olvidado, insoluble en el fondo y de baja intensidad, encuadrado apenas en el ámbito local.
Sobre todo si se lo compara con la gravedad de la carnicería que Bashar Al Assad, El Oftalmólogo (cliquear), no tiene reparos de agravar.
O con las desastrosas derivaciones de la intervención norteamericana en Afganistán y en Irak. O en la desestructuración civil de Libia.
Ahora, para colmo, surge el renacimiento del yihadismo. En su peor versión, a través del desprendimiento de Al Qaeda, el EIIS, que pugna por la creación del califato demencial, entre los estados artificiales de Siria e Irak. Un fenómeno patológico impulsado por los radicalizados sunnis que acercan, curiosamente, las posiciones de los viejos enemigos. Como Estados Unidos e Irán (ver “El error de entregar Irak a Irán”).
La sucesión de nuevos escenarios de conflictos colma la atención de las cancillerías que tienen peso específico y se encuentran desbordadas por sus propios problemas.
Fue desalojado, del primer plano, el padecimiento de Palestina, que hoy está casi olvidada y virtualmente dividida entre Al Fatah, la Autoridad que domina Cisjordania. Y el Hamas, la organización tratada como un mero grupo terrorista, que hoy mantiene su influencia en la Franja de Gaza.
Aunque suene condenablemente metafórico para la paradoja de Israel, Gaza es “un campo de concentración a cielo abierto”.
Al lado del Mediterráneo, en lo que debiera ser un paraíso.
Fue desalojado, del primer plano, el padecimiento de Palestina, que hoy está casi olvidada y virtualmente dividida entre Al Fatah, la Autoridad que domina Cisjordania. Y el Hamas, la organización tratada como un mero grupo terrorista, que hoy mantiene su influencia en la Franja de Gaza.
Aunque suene condenablemente metafórico para la paradoja de Israel, Gaza es “un campo de concentración a cielo abierto”.
Al lado del Mediterráneo, en lo que debiera ser un paraíso.
Tal vez, el cansancio y la resignación no sean casuales. Consecuencias de los sistemáticos fracasos para intentar la imposibilidad de la paz.
Entonces nadie puede asombrarse que el recrudecimiento de la muerte hoy despierte apenas una cierta “indiferencia”.
Aquí acierta Alain Fraichon, en Le Monde. Como Albert Garrido, en El Periódico de Cataluña, cuando completa:
“Nadie quiere hipotecar su futuro a causa de un problema que forma parte del relato cotidiano”.
En realidad, lo de “nadie” es un exceso. Sólo Francisco se atreve a la inmaculada faena de perder el tiempo. De lanzarse, en su apasionado diálogo religioso, a rezar en El Muro de Los Lamentos. Y hasta a atreverse a la sobreactuación de invitarlos a compartir el Padre Nuestro, o lo que fuera, al más confiable Simon Peres, presidente de Israel, y al desbordado Mahmud Abbas, de la Autoridad Palestina.
Es excelente la entrega del Papa, aún inmune a las llamas del desperdicio.
Aunque tal vez su diplomacia, siempre rigurosamente informada, debió haberle aconsejado a Francisco incorporar también, en las oraciones, al inconmovible Jaled Meshal.
Es el líder del Hamas en el exilio. Reside en Doha. En la ambiciosa Qatar. Para otra crónica.
Entonces nadie puede asombrarse que el recrudecimiento de la muerte hoy despierte apenas una cierta “indiferencia”.
Aquí acierta Alain Fraichon, en Le Monde. Como Albert Garrido, en El Periódico de Cataluña, cuando completa:
“Nadie quiere hipotecar su futuro a causa de un problema que forma parte del relato cotidiano”.
En realidad, lo de “nadie” es un exceso. Sólo Francisco se atreve a la inmaculada faena de perder el tiempo. De lanzarse, en su apasionado diálogo religioso, a rezar en El Muro de Los Lamentos. Y hasta a atreverse a la sobreactuación de invitarlos a compartir el Padre Nuestro, o lo que fuera, al más confiable Simon Peres, presidente de Israel, y al desbordado Mahmud Abbas, de la Autoridad Palestina.
Es excelente la entrega del Papa, aún inmune a las llamas del desperdicio.
Aunque tal vez su diplomacia, siempre rigurosamente informada, debió haberle aconsejado a Francisco incorporar también, en las oraciones, al inconmovible Jaled Meshal.
Es el líder del Hamas en el exilio. Reside en Doha. En la ambiciosa Qatar. Para otra crónica.