Argentina no está para quien acierte más. Está para quien se equivoque menos.
escribe Bernardo Maldonado-Kohen
especial para JorgeAsísDigital
especial para JorgeAsísDigital
Caprichito. “Presidente o nada”.
En realidad, Florencio Randazzo, El Loco, se encuentra lícitamente tentado, según nuestras fuentes, por la atracción de la nada.
La función pública ya le deparó suficientes éxitos morales. Acumula deseos postergados de disfrutar los progresos que suelen reconfortar los atributos del espíritu.
Aparte, El Loco conoce demasiado bien la provincia de Buenos Aires, que es -para el portal- Inviable. Como para fascinarse por la idea de gobernarla.
Aunque la provincia diste de ser una propina. Un obsequio de la casa. Es tan importante como el propio país. Faena pendiente para gladiadores que no aparecen.
En realidad, Florencio Randazzo, El Loco, se encuentra lícitamente tentado, según nuestras fuentes, por la atracción de la nada.
La función pública ya le deparó suficientes éxitos morales. Acumula deseos postergados de disfrutar los progresos que suelen reconfortar los atributos del espíritu.
Aparte, El Loco conoce demasiado bien la provincia de Buenos Aires, que es -para el portal- Inviable. Como para fascinarse por la idea de gobernarla.
Aunque la provincia diste de ser una propina. Un obsequio de la casa. Es tan importante como el propio país. Faena pendiente para gladiadores que no aparecen.
Clavelitos
La instalación del clavel de Zannini (cliquear), en la solapa presidencial de Daniel Scioli, legitimó el deseo de Randazzo. Plantarse. De enojarse y decir “basta para mí”.
Zannini era el máximo promotor de su postulación. Llamaba personalmente a los gobernadores y mini-gobernadores para sugerirles que apoyaran “al Flaco”.
Para algarabía de los inofensivos sexagenarios de Carta Abierta, tanto Zannini como La Doctora avalaban los ataques virulentos de Randazzo contra Scioli, “el candidato de Clarín”. A quien La Doctora, en un rapto de pragmática y justa resignación, finalmente iba a aceptar. Después de encajarle el clavelito.
A Randazzo, en definitiva, La Doctora lo utilizó, para ablandarlo, innecesariamente, aún más, a Scioli, que sobreactuaba el categórico kirchnerismo para salirse con la suya. Y filosóficamente, en adelante, ser. Se le despejaba entonces el camino hacia calzarse la banda. Aunque le estamparan otro clavel más intenso que aquel clavel inicial de Mariotto.
Zannini era el máximo promotor de su postulación. Llamaba personalmente a los gobernadores y mini-gobernadores para sugerirles que apoyaran “al Flaco”.
Para algarabía de los inofensivos sexagenarios de Carta Abierta, tanto Zannini como La Doctora avalaban los ataques virulentos de Randazzo contra Scioli, “el candidato de Clarín”. A quien La Doctora, en un rapto de pragmática y justa resignación, finalmente iba a aceptar. Después de encajarle el clavelito.
A Randazzo, en definitiva, La Doctora lo utilizó, para ablandarlo, innecesariamente, aún más, a Scioli, que sobreactuaba el categórico kirchnerismo para salirse con la suya. Y filosóficamente, en adelante, ser. Se le despejaba entonces el camino hacia calzarse la banda. Aunque le estamparan otro clavel más intenso que aquel clavel inicial de Mariotto.
Pobre Flaco. Se sintió desairado. Debió enterarse por los medios que lo desplazaban de la penúltima ambición.
La de pasar, desde los pasaportes y los trenes chinos, hacia la presidencia que ahora, los perversos, le negaban.
La de pasar, desde los pasaportes y los trenes chinos, hacia la presidencia que ahora, los perversos, le negaban.
La aprobación del adversario
Y aunque La Doctora le ofreciera el caramelito de la gobernación en una bandeja, Randazzo se aferró a su palabra. Dijo que no, en un gesto que merece relativa admiración.
El Loco se convirtió en otro rehén del propio discurso. Se tomaba demasiado en serio. Aunque las palabras hubieran sido emitidas en el marco perdonable de una instalación de campaña.
Palabras que se lleva, en definitiva, el viento.
Como diría el poeta Jorge Teiller:
“Solo palabras/ un poco de aire movido por los labios”.
El Loco se convirtió en otro rehén del propio discurso. Se tomaba demasiado en serio. Aunque las palabras hubieran sido emitidas en el marco perdonable de una instalación de campaña.
Palabras que se lleva, en definitiva, el viento.
Como diría el poeta Jorge Teiller:
“Solo palabras/ un poco de aire movido por los labios”.
Y El Loco Randazzo se inspiró en las palabras que “no podía borrar con el codo”. Para rechazar el ofrecimiento que tenía, para su ambición, el sabor del caramelo de madera, ligeramente espolvoreado con azúcar impalpable. Se lo explicó a La Doctora en un correo informático que llegó, en simultáneo, a todas las redacciones. Donde le brindaba, incluso, lecciones olímpicas de dignidad. Las que enternecieron a los opositores envueltos y sensibles. Los empaquetados que comenzaron, en bloque, como graves demócratas, a aprobarlo.
Por el imaginario de Randazzo ni siquiera surcó aquel severo cuestionamiento interno que alguna vez se hizo otro poeta. Paul Eluard:
“¡Horror, los enemigos me aplauden!”.
Por el imaginario de Randazzo ni siquiera surcó aquel severo cuestionamiento interno que alguna vez se hizo otro poeta. Paul Eluard:
“¡Horror, los enemigos me aplauden!”.
El jardín del canuto
La digna equivocación de Randazzo de ningún modo desentona con la vocación colectiva por el error que impregna la actualidad patológica del país.
Al estamparle el clavelito de Zannini, al reconfortado Scioli, perfectamente La Doctora ya puede no ser candidata a nada. O contenerse, acaso, con la intrascendencia ficcional del Parlasur. Es una extensión burocrática del Mercosur que en la práctica ya no existe.
En el final del espantoso ciclo (que a lo mejor se extiende) La Doctora vuelve a obstinarse en la preferencia del error.
Porque Zannini, estampado como vice de Scioli, es peor incluso que Boudou, cuando se lo estampó como vice a ella misma.
Aunque se trate de errores que ninguno de sus adversarios envueltos sepa, por manifiesta incapacidad, explotar. Ya que en adelante sólo debe tratar de contener la reacción del adversario más sensible. El mercado. Con su intemperancia, es precisamente el mercado quien le reprocha a La Doctora. Por insistir, ideológicamente, con lo peor del cristinismo que espanta y desanima. A los inversores externos, vaya y pase. Pero sobre todo también a los inversores internos, los que pagan impuestos, y cuidan, con ferocidad, el jardín del canuto.
En el final del espantoso ciclo (que a lo mejor se extiende) La Doctora vuelve a obstinarse en la preferencia del error.
Porque Zannini, estampado como vice de Scioli, es peor incluso que Boudou, cuando se lo estampó como vice a ella misma.
Aunque se trate de errores que ninguno de sus adversarios envueltos sepa, por manifiesta incapacidad, explotar. Ya que en adelante sólo debe tratar de contener la reacción del adversario más sensible. El mercado. Con su intemperancia, es precisamente el mercado quien le reprocha a La Doctora. Por insistir, ideológicamente, con lo peor del cristinismo que espanta y desanima. A los inversores externos, vaya y pase. Pero sobre todo también a los inversores internos, los que pagan impuestos, y cuidan, con ferocidad, el jardín del canuto.
La colectividad del error
Pero nada, en el fondo, importa. La indiferencia es un manto casi protector.
En la Argentina cristinista el error es el verdadero motor de la historia. Como la lucha de clases para el equivocado Marx.
El país no está para quien acierte más. Está apenas para quien se equivoque menos.
Sergio Massa asume “sus errores”, con arrojo aunque sin gran convicción. Sólo después de admitir que le birlaron los trebejos. Que lo depilaron a la cera negra (cliquear) y el proyecto presidencial se le evapora.
Pero ánimo: Massa puede recuperarse pronto, tal vez merced a los errores de Mauricio Macri, que ni siquiera los asume.
Al contrario. La obcecación de su pureza selectivamente conceptual lo habilita a Macri a perder, por ejemplo, torpemente, la provincia de Santa Fe, que estaba servida, entregada como el caramelo de la gobernación para Randazzo.
Hoy Mauricio convive con el error que le impide proyectarse para capitalizar los gravísimos errores del adversario principal. Que aún no es Scioli, su socio polarizador. Es La Doctora. Es ella que le deja el poder servido, ya que el clavelito de Zannini representa lo peor del fracaso, y le extiende la invitación para que se luzca con la diferencia. Para que haga, en definitiva, política, sin entregarse al catecismo inocente de su propio relato.
En la Argentina cristinista el error es el verdadero motor de la historia. Como la lucha de clases para el equivocado Marx.
El país no está para quien acierte más. Está apenas para quien se equivoque menos.
Sergio Massa asume “sus errores”, con arrojo aunque sin gran convicción. Sólo después de admitir que le birlaron los trebejos. Que lo depilaron a la cera negra (cliquear) y el proyecto presidencial se le evapora.
Pero ánimo: Massa puede recuperarse pronto, tal vez merced a los errores de Mauricio Macri, que ni siquiera los asume.
Al contrario. La obcecación de su pureza selectivamente conceptual lo habilita a Macri a perder, por ejemplo, torpemente, la provincia de Santa Fe, que estaba servida, entregada como el caramelo de la gobernación para Randazzo.
Hoy Mauricio convive con el error que le impide proyectarse para capitalizar los gravísimos errores del adversario principal. Que aún no es Scioli, su socio polarizador. Es La Doctora. Es ella que le deja el poder servido, ya que el clavelito de Zannini representa lo peor del fracaso, y le extiende la invitación para que se luzca con la diferencia. Para que haga, en definitiva, política, sin entregarse al catecismo inocente de su propio relato.
Sin embargo es el mercado que genera la desaprobación que Mauricio no ejercita. Para enfrascarse en la vaga tesitura de “lo nuevo”. De creer que representa, modestamente, “el cambio”. Con tanta amplitud que presenta, como novedad, en su estantería para la capital, a la señora Patricia Bullrich. Mientras se ofrece para la presidencia, acompañado, lo más probable, y sin ir más lejos, por su Secretario de Gobierno o la señora Gabriela Michetti. Mientras que para la provincia de Buenos Aires, ofrece a la señora vice jefa del gobierno, acompañada por el jefe de la legislatura del Artificio de la Capital.
Percibir que todos, en definitiva, la chingan, deriva en una evaluación desesperada.
¿A quién le ganó el evaluador para reprocharlo?
A los efectos de convivir, y sobrevivir, lo aconsejable es anexarse en el encanto de la indiferencia. En la colectividad patológica del error. Es, en todo caso, el máximo acierto.
¿A quién le ganó el evaluador para reprocharlo?
A los efectos de convivir, y sobrevivir, lo aconsejable es anexarse en el encanto de la indiferencia. En la colectividad patológica del error. Es, en todo caso, el máximo acierto.